Un abogado sin libros sería como un trabajador sin herramientas.-Thomas Jefferson.

Hace pocos meses hemos escuchado, leído y visto muchas noticias en relación a Juana Rivas, una madre que, tras un mal asesoramiento, recibió una sentencia en la que se le obligaba a entregar a sus hijos a su padre maltratador, según la víctima. Sin embargo, lo que hoy me planteo es la figura de la supuesta abogada, Francisca Granados, que la acompañaba en prácticamente todas las comparecencias, y que se postulaba no como abogada, sino como “asesora legal”. El Consejo General de la Abogacía Española realizó un comunicado en el que manifestó que  no estaba legitimada para realizar las funciones propias de un abogado.

Quizás ha llegado el momento de volvernos a preguntar la cuestiones básicas a la hora de contratar a un profesional, y volver a llamar a las cosas por su nombre. Un asesor legal puede no ser un abogado, así como un masajista no es un fisioterapeuta. Un coach nutricional no es un nutricionista. Un entrenador personal puede no ser un profesor de educación física y un asesor financiero puede no ser un economista. Y así un largo etc.

Y creo que es necesario incidir en esto porque, últimamente, en el ejercicio diario estamos encontrándonos algunas personas que se atreven a aconsejar a sus clientes cosas un tanto descabelladas y llenas de riesgos sin tener en cuenta las consecuencias legales que pueden tener esas determinadas acciones. En muchos casos, además, sus honorarios son mucho más altos de los que se aplican habitualmente por profesionales contrastados.

Y os puedo contar cosas que he visto: contratos de arrendamiento de inmobiliaria en Valencia con normativa colombiana (es lo que tiene Internet) o incluso contratos de trabajo que hace más de 10 años fueron retirados.

Es bueno que medites bien en manos de quien te vas a poner a partir de ahora.